viernes, 29 de julio de 2011

LA SINAGOGA

Aunque la tradición judía enseña que la sinagoga tuvo un origen mosaico, buscando de este modo basar el establecimiento de dicha institución en la más venerable autoridad posible, la fecha más probable de su origen es la de la cautividad babilónica. Fue en ese período que se combinaron los diversos factores necesarios para su aparición a saber, una conciencia nacional purificada, maestros capaces sean ya profetas o sacerdotes y un deseo natural de reunirse para orar a Dios y rendirle culto. Aun después de que el templo fuera reedificado quedó un vacío que la sinagoga pudo llenar, en parte porque aportaba un punto de reunión semanal y aun diario para la comunidad judía local, y en parte porque cumplía una función diferente al enfatizar la instrucción en la ley de Dios por sobre todas las cosas. Si bien había sinagogas en el tiempo de Jesús, su número creció grandemente después que los romanos destruyeran el templo. El pueblo viajaba al templo para efectuar los sacrificios y para celebrar los festivales nacionales, pero frecuentaba la sinagoga para llegar a ser gente espiritualmente instruida. Se requería un mínimo dediez miembros varones para su constitución y era posible que hubiera más de una en una ciudad.


En aquellos lugares en que habían escribas, los mismos recibían un lugar de honor como maestros. Originalmente ellos habían sido copistas y estudiosos de las Escrituras, pero se fueron colocando gradualmente en una situación de mayor contacto con el pueblo por medio de la sinagoga, poniendo al alcance del mismo sus conocimientos de la interpretación de la Palabra. Este proceso fue acelerado por la secularización de los sacerdotes, muchos de los cuales cedieron ante las influencias helenizantes de la época. En consecuencia, la función proverbial de los sacerdotes como maestros de la nación había desaparecido ya casi por completo en el período neotestamentario.

En un rango inmediatamente inferior al de los escribas estaban los ancianos, quienes servían como gobernantes de la sinagoga. A ellos les fue comisionada la supervisión de los cultos, la asignación de la participación en el mismo, y el mantenimiento del orden (Le. 13:14). Una figura indispensable era el ministro, que tenía a su cargo los rollos de la Escritura y que con frecuencia servía también como maestro de la escuela de la sinagoga Las fuentes judías para el culto de la sinagoga son algo posteriores al Nuevo Testamento, pero nos dan un cuadro razonablemente claro de lo que el mismo debe haber sido en el período anterior.

Los elementos del culto incluían el Shemá, o sea la profesión de fe de Israel (Dt. 6:4-9; 11:123-21; Nm. 15:37-41), las oraciones, la lectura de la ley y los profetas, junto con la necesaria interpretación al arameo para los judíos palestinos (en la dispersión, donde se utilizaba la traducción griega, tal ayuda era innecesaria), una exposición u homilía por parte de alguna persona calificada (Le. 4:16-21; Hch. 13:15ss.), basada muchas veces en la porción leída en el servicio religioso, llegándose así a la bendición con la cual la congregación era despedida.

La influencia de la sinagoga sobre el culto cristiano fue considerable. Una reunión de creyentes podía ser llamada una sunagoogee (Stg. 2:2; cf. He. 10:25). Escritores patrísticos usan a veces esta palabra para referirse a asambleas cristianas (Epístola de Ingacio a Policarpo 4:2). Es evidente por
el testimonio de Justino Mártir (Apología 67) que los principales ingredientes del culto cristiano en el segundo siglo eran la lectura de las Escrituras, la exposición y la oración, como en la sinagoga.

En la dispersión la sinagoga llegó a ser un poderoso instrumento de propaganda. Si bien los judíos resultaban ser totalmente desagradables a sus vecinos griegos y romanos por el exclusivismo de su creencia (la doctrina del único Dios vivo) y de sus costumbres (leyes dietéticas y de purificación), aquellos pudieron no obstante ganar un respetable número de conversos a su fe. Este proceso fue sin duda ayudado por la inquietud espiritual reinante y por la búsqueda de satisfacción en formas de religión más personales que aquellas aportadas por la ciudad estado o por el imperio, y también por el relativamente alto nivel moral del judío en contraste con el pagano.

Las raíces del proselitismo se hallan profundamente arraigadas en los comienzos de la historia de los judíos. Éxodo 12:48 contiene la provisión de que los extranjeros residentes en Israel que desearan participar de la pascua, debían ser circuncidados. De allí en adelante tal persona era contada como parte de la congregación y tratada prácticamente como un judío nativo. Es obvio, sin embargo, que la situación en la dispersión durante el primer siglo cristiano era bastante diferente, ya que los judíos estaban en la minoría, constituyendo pequeñas islas de monoteísmo en un mar de
idolatría pagana. Era mucho más difícil en tales circunstancias ganar a un gentil y persuadirlo a transformarse en un judío. La ofensa de la circuncisión era una fuerte barrera.

Prueba de esto es la presencia de grandes números de gentiles en la sinagoga que no habían dado este paso, sino que se daban por satisfechos con aceptar la iluminación que brindaba la enseñanza, sin comprometerse totalmente con el judaísmo. Mientras que el prosélito debía someterse a la circuncisión y al yugo de la ley y a un completo baño de purificación, el "temeroso de Dios", como se le llama en el Nuevo Testamento, no tenía ninguna obligación especial para con el judaismo. En el caso de Cornelio vemos a un hombre que se había dedicado a la oración y a dar limosna, pero que no había dado el paso decisivo que le hubiera hecho un prosélito. Era todavía incircunciso (Hch. 10:28; 11:3). La renuencia de las autoridades romanas a aprobar adiciones masivas de gentiles al judaismo era sin duda un factor que limitaba el número de los prosélitos.

Fue entre estos gentiles "temerosos de Dios" que los misioneros cristianos encontraron el terreno más fértil para la evangelización, incurriendo por esa misma razón en el resentimiento judío.

Los judíos habían esperado influir a estos gentiles hasta transformarlos en conversos plenos, pero resultó que simplemente los habían estado preparando para la propaganda cristiana. Desde el punto de vista cristiano fue un hecho magníficamente providencial que estos agregados al evangelio ya estuviesen instruidos en las Escrituras. En base a esto el apóstol Pablo, al escribir a las iglesias gentiles, podía presuponer un conocimiento bastante amplio del Antiguo Testamento y podía edificar sobre el mismo su propio instrucción.