viernes, 1 de octubre de 2010

ECLESIÁSTICO (SIRÁCIDA)

El más largo de los libros sapienciales es el libro llamado Eclesiástico (=Eclo) en la tradición latina. La versión griega le da el título de “Sabiduría de Jesús hijo de Sira”, lo que explica que a veces también se dé a este libro el nombre de “Sirácida”. En su origen, el título “Eclesiástico” probablemente se refería al hecho de que, aunque no pertenecía al grupo de los libros de canonicidad indiscutida (libros protocanónicos o del canon hebreo), se usaba en la iglesia para instrucción de los fieles. Posteriormente se convirtió en el texto por excelencia de instrucción para los nuevos creyentes y, así, en libro de especial uso en la iglesia.

Aunque el nombre del autor del libro no aparece de manera uniforme en los manuscritos antiguos, el que aparece como más probable es el de Jesús, quien, según el texto hebreo, era hijo de Eleazar y nieto de Sira, o, según el texto griego, hijo de Sirac (50.27). De todas maneras, se ha hecho común el nombre de Ben Sira o Sirácida para designar al autor.

Acerca de este tenemos algunos datos que da el mismo libro (33.16-18; 34.11-12; 39.32; 50.27; 51.13-22) y, sobre todo, los que nos ofrece el prólogo escrito por el traductor griego.

El autor era un judío (de Jerusalén, según el texto griego de 50.27), que había viajado y aprendido mucho, tanto en la escuela de la vida como en el estudio de la sabiduría. Tenía un amor profundo por la ley y el templo, por la historia de su pueblo y por las enseñanzas de sus antepasados. Quiso comunicar a otros el fruto de sus experiencias, estudios y reflexiones, y escribió este libro en hebreo.

Desafortunadamente, el texto hebreo no se ha conservado en su totalidad, aunque se han encontrado importantes fragmentos en El Cairo, en Qumrán y en Masada; pero se observa que el texto no fue transmitido con la fidelidad y exactitud con que lo fueron los libros hebreos protocanónicos. Los fragmentos hebreos conocidos actualmente corresponden a las siguientes partes del texto: 3.6--16.26; 25.8--26.17; 30.11--34.1; 35.9--38.27; 39.15--51.30. De las partes restantes, solo se conservan en hebreo trozos aislados.

Un nieto del autor hizo en Egipto la traducción griega. De esta traducción sí se conserva el texto completo. Existe también una versión siríaca antigua hecha a partir del hebreo, aunque con influencia del griego en algunos casos. También existen otras traducciones antiguas, de las que la más utilizada fue la latina, hecha a partir del texto griego.

La traducción castellana que se ofrece aquí se basa en lo que se conoce del texto hebreo, de acuerdo con la edición de F. Vattioni, pero se han tenido en cuenta las versiones antiguas, especialmente la griega. Cuando no existe el texto hebreo, se ha utilizado el griego. En las notas se indican algunas de las variantes más importantes.

De los datos suministrados en el prólogo (véase Prólogo del traductor griego nota c), se deduce que el traductor llegó a Egipto el año 132 a.C. Se puede suponer que su abuelo escribió su obra unos cincuenta años antes, o sea, hacia el año 180 a.C.

El libro no es un tratado sistemático y ordenado sobre un único tema o sobre el conjunto de las creencias de Israel, sino más bien una serie de reflexiones e instrucciones sobre muchos temas más o menos tradicionales en la literatura sapiencial, sin que se descubra un plan preciso. Los títulos que se colocan en el texto tratan de indicar el tema más sobresaliente en cada sección.

La enseñanza del Sirácida se sitúa, por una parte, en la tradición de los profetas y sabios de Israel: fe en el único Dios, Creador y Señor del universo, y, de manera especial, de Israel, con quien hizo una alianza; aprecio por la sabiduría, por el templo y por el culto; alabanza y acción de gracias a Dios por su constante amor; insistencia en la necesidad de una vida recta y leal frente a Dios y del cumplimiento de los deberes para con el prójimo. Muchas de las reflexiones sobre los temas de la vida diaria (el trabajo, la riqueza y la pobreza, los amigos, la mujer, la educación, la enfermedad, los buenos modales, etc.) amplían los dichos más breves de libros anteriores (Proverbios, Eclesiastés). La enseñanza se da bien sea mostrando cómo hay que proceder, bien sea criticando la manera como los hombres actúan de ordinario.

Por otra parte, nos encontramos ya en la época del judaísmo que insiste especialmente en la importancia de la ley, como expresión suma de la voluntad de Dios, y que, en contacto y a veces en lucha abierta con otras culturas, se ve en la necesidad de afirmar su propia identidad.

Algunos textos de este libro, como los que hablan del perdón de las ofensas (28.1-7) y la invocación de Dios como Padre (23.1; 51.10), tienen eco en las enseñanzas de Jesús consignadas en los evangelios.

En el libro pueden distinguirse las siguientes partes principales:

1. Reflexiones sobre diversos temas (1.1--42.14)

2. Meditación sobre la gloria de Dios en la naturaleza (42.15--43.33)

3. Elogio de los antepasados (44.1--50.29)

4. Sección conclusiva (51.1-30)

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